Gravitación tóxica

Su expresión cambió por completo.

—Ya lo sé —siguió—. Me di cuenta cuando te vi meterte en lo que no te importa. La mayoría habría corrido.

—A lo mejor soy tonta.

—Puede ser —dijo, pero su voz sonaba diferente.

Eso era exactamente lo que me confundía de Massimo, esos cambios. Por momentos era el mafioso asesino y por momentos, alguien que luchaba por salirse del traje.

—¿Qué? —le pregunté.

—Nada —dijo, volviendo a ser él—. Terminemos esto. Es tarde.

De nuevo a seguirlo como un perro. Alessandro me las iba a pagar. Estaba todo el tiempo sintiendo que en cualquier momento me explotaba el pecho o me metían un balazo. También que quería «ser especial», como había dicho.

Cuando llegamos a su casa, no apagó el motor.

—Baja —me dijo.

—¿No vas a entrar?

—Tengo cosas que hacer.

Me quedé con la manija en la puerta. No sé por qué pensé que se volvería a ese lugar a buscar a Puccio, y no sé por qué creí otra vez que tenía que ayudarlo.

—¿Adónde vas?

—Sal del auto.

Ni siquiera me miraba.

—No me vo
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