Max—Lucas —lo llamé sin apartar la vista del desgraciado—. Traeme las herramientas...Iba a disfrutar de esta mierda.Lucas entró con el carro de instrumentos quirúrgicos, herramientas de mecánico y un celular apoyado en un soporte. El perro desgraciado abrió los ojos como platos. —Colóquenlo en posición —ordené a dos de mis hombres. Sacaron al infeliz de la silla y sujetaron sus muñecas en los grilletes que colgaban del techo. Sus tobillos apretados en los que estaban en el suelo. —Desnúdenlo. Mientras ellos lo hacían, me conecté en el teléfono con el doctor Miranda. Él era uno de los nuestros. Sabía lo que le hacíamos a cualquiera que se atreviera a pasarse de listo con uno de los nuestros.—Buenos días, doctor —saludé apenas respondió. —Buenos días, señor. Estoy listo para guiarlo. Sonreí. Pero no era una de esas sonrisas que le había regalado a mi niña... No. Esas habían sido sinceras. Esta sonrisa era la que usaba cuando alguien iba a perder una parte de su cuerpo. —Proc
Paulina Luego de que Max se fue, me sentí un poco inquieta. No me gustaba estar lejos de él… y empezaba a darme cuenta de que me estaba volviendo dependiente de él. La verdad es que no podía evitarlo… lo extrañaba.Me levanté y caminé a la cocina, Magda iba de salida. —Voy al mercado unas horas, Pauli. ¿Quieres venir? —preguntó saliendo por la puerta. Estuve tentada a decirle que sí, habían pasado meses desde la última vez que estuve fuera. Pero necesitaba este momento para charlar con Sofi. —No, Magda —le respondí con una sonrisa—. La próxima vez te acompaño.Ella sonrió y desapareció por la puerta de la cocina. Me quedé sola, aunque sabía que no sería por mucho tiempo.Aproveché esos minutos para preparar el té. Mientras el agua calentaba, miré por la ventana. Afuera, el hermoso patio con flores que parecían estar siempre vivas, cuidadas con una delicadeza y amor que eran innegables. Y a lo lejos se veía la casa de invitados. Ya la había visto, pero no dejaba de impresionarme.
MaxEntré a la casa principal pasadas las seis. Me saqué el saco mientras caminaba hacia la cocina, intentando soltar un poco la tensión de las últimas horas. Tenía la mente en mil cosas, pero una se repetía por encima de todas: Paulina.Al llegar, vi a Sofía en la cocina. Me crucé de brazos contra el marco de la puerta y la observé un segundo en silencio. —¿Y Paulina? —pregunté.Sofía levantó la vista con una pequeña sonrisa, sin dejar de hacer lo que estaba haciendo.—En su habitación —respondió—. Ahora está más tranquila.Sonreí y me mantuve en mi sitio.—En realidad, estoy preguntando por la terapia —dije.Ella se giró del todo, apoyando una cucharita en el platito. La sonrisa se volvió más profesional.—Ah, eso. Está avanzando mucho. Más de lo que esperábamos, considerando lo que vivió —bajó la voz, con empatía—. Tiene días más difíciles que otros, claro. Pero está enfrentando cosas. A su ritmo. Y lo más importante: empieza a confiar en sí misma otra vez.Asentí otra vez, más l
Paulina Llevaba puesta la lencería que había elegido esa mañana con Sofi. No podía borrar la sonrisa tonta en el rostro. En ese momento, no sabía si de verdad me atrevería a usarla... y ahora... estaba delante de él, vestida de una manera que nunca creí mostrarle a nadie.Max tragó saliva. Lo vi. Y eso me hizo sentir poderosa. No porque él me deseara, sino porque me miraba con una mezcla de asombro, respeto y algo más. Algo cálido.—¿Estás segura? —preguntó, con la voz más ronca que nunca.Asentí, sin bajar la vista.—Quiero que esta vez... sea diferente —dije—. Que sea mía la decisión. Que yo marque el ritmo. Que nadie me quite el control.Max asintió. Dio un paso más cerca y alzó las manos, como si pidiera permiso para tocar. Yo tomé sus muñecas y las guié hasta mi cintura.—No quiero que me cuides ahora —susurré—. Quiero que me hagas tuya.Aunque no lo dije con más palabras, él lo leyó todo en mi mirada.En mis pupilas dilatadas.En la forma en que mis dedos temblaban al aferrar
Max"Mi Titán."Fueron apenas dos palabras.Suaves, vestidas de ternura, pero me golpeó con la fuerza de un trueno. No por lo que significaba, sino por lo que venía detrás. Porque ella me la había dicho. Porque ella, después de todo, me había elegido ese apodo. Uno que no se le da a cualquiera. Uno que pesa.Mi pecho se expandió como si me hubiera llenado de aire nuevo.Mi Motita no lo sabía, pero me estaba haciendo temblar desde adentro.Me quedé mirándola, sabiendo que cualquier movimiento brusco, cualquier paso en falso, podía romper esa confianza que me estaba entregando.En ese instante la vi diferente. Ya no como la mujer que estaba protegiendo. Sino la que me enseñaba, sin darse cuenta, a como cuidarme a mí mismo. Cómo sanar lo que ni siquiera sabía que estaba roto.Quise abrazarla. Quise besarla. Quise tomarla con todo lo que estaba sintiendo y fundirme con ella ahí mismo.Así que lo hice.No con la intensidad que hubiera querido, no con la fuerza que mi cuerpo pedía. Mi ma
PaulinaNunca me había sentido tan bonita y tan vacía al mismo tiempo. El vestido me quedaba perfecto, eso sí. Blanco, suave, de encaje fino… Pero por dentro... estaba muerta.Estaba en la sacristía, justo al lado del altar, y aunque sabía que la iglesia estaba llena, me sentía sola. —Popi... —la voz de mi abuela me sacó del trance.Me giré rápido. La vi en su silla de ruedas. Tenía esa mirada que siempre me daba fuerzas... aunque hoy no era suficiente.—Vuelvo en unos minutos...La enfermera la dejó un momento para darnos privacidad.Me agaché a su lado, y ella me tomó las manos entre las suyas. Miré nuestras manos unidas... Las de ella tan delgadas, arrugadas, pero seguían teniendo esa fortaleza que conocía desde niña.—Popi, hijita... todavía puedes irte. Podemos salir por atrás. Tengo el auto esperándonos, solo tenemos que decir que fue un mareo, que te sentiste mal... —susurró, casi sin aire.Sentí un golpe en el pecho. Por un segundo, me vi corriendo con ella, escapando, co
PaulinaEl mar se veía desde la terraza. El cielo estaba despejado, el aire olía a naturaleza; pura y en su máximo esplendor.En cualquier otro contexto, habría sido un lugar de ensueño. Estábamos en Hawái, en uno de esos hoteles ridículamente caros que salen en revistas de bodas.Tatiana lo había elegido. Eso lo supe cuando la recepcionista, muy sonriente, me entregó una canasta de bienvenida “a nombre de la señorita Vélez”.Pierre estaba frente a mí, desayunando en silencio. Todo se sentía demasiado perfecto para lo que era en realidad. Él hojeaba un periódico, aunque dudo que realmente estuviera leyendo.Se aclaró la garganta. Yo ya sabía que venía algo malo... —Solo tenemos que estar casados por dos años… o tener un hijo. Eso bastaría para mantener la farsa —dijo, sin mirarme—. Hay un hospital en la ciudad que hace inseminación…No lo dejé terminar.—Nos divorciaremos en dos años. Nada de niños. Mucho menos en esas condiciones —dije, llevándome la taza de café a los labios.Si
Paulina La semana pasó como un suspiro. No lo vi. No escuché su voz, ni su risa falsa, ni sus órdenes disfrazadas de comentarios educados. Pierre desapareció desde aquel desayuno caótico, y no regresó ni una sola vez.Técnicamente, estábamos en nuestra luna de miel. Legalmente, ya éramos marido y mujer. Pero en la práctica, yo era la otra... alojada en una suite con vista al mar, mientras él se revolcaba con la bruja de su mujer en alguna otra parte del hotel. O quizás en otra isla.La verdad, me daba igual.Aproveché cada segundo de paz que el muy desgraciado, sin saberlo, me estaba regalando.Encendía la laptop al amanecer y trabajaba hasta que el sol empezaba a ocultarse. Digitalicé todos mis bocetos; los organicé por línea, por estilo, por temporada. Le puse nombre a cada diseño, le di vida a cada prenda.Los subí a mi nube de tareas, para poder acceder a ellos en cualquier momento. Solo necesitaría mi correo y contraseña.Incluso hice unos renders rápidos para mostrar silu