Max
Corrimos por el pasillo como dos sombras desesperadas.
Yina me guiaba a través de los pasillos. Sabía que estábamos cerca. Lo sentía. Un olor metálico, denso, comenzó a flotar en el aire.
Sangre.
El olor se hizo más fuertes cuando entramos a una sala era inmensa. Pero lo único que vi fue su cuerpo.
Paulina.
Mi Motita.
Tirada en el medio, con un charco escarlata extendiéndose a su alrededor como una maldita corona fúnebre.
Tenía los ojos cerrados, su pecho subía y bajaba... apenas un movimiento imperceptible. Un temblor se apoderó de mis piernas. El corazón se me comprimió con tanta fuerza que pensé que me iba a marchitar en el pecho.
Me quedé quieto. Inútil. Congelado.
No podía respirar.
Mi mujer… el amor de mi vida… se estaba muriendo frente a mis ojos y yo no podía moverme.
—¡Max! —gritó Yina, y su voz me sacudió, pero mis piernas no respondieron.
Ella avanzó sin dudar, pero entonces…
—¡Ni un paso más! —rugió una voz detrás de una de las columnas.
Pierre.
Salió de entre las so