Max
Llegamos al lugar pocos minutos después de que Benjamín nos confirmara el último punto registrado del rastreador de Paulina.
Una maldita fábrica abandonada en medio de la nada. Que más se podía esperar del hijo de puta de Pierre.
El aire olía a óxido, polvo y trampa. Esa clase de sitios donde todo puede salir mal, pero donde uno igual entra... si tiene algo que perder.
O que recuperar.
—¿Estás seguro? —preguntó Lucas mientras bajábamos de la camioneta en movimiento.
—Ella activó el rastreador apenas salieron de casa. Está fijo desde hace trece minutos. Es aquí.
—¿Y si fue una trampa?
—Es una trampa. Pero vamos a caer en ella con el infierno detrás.
Mis hombres ya estaban desplegándose, cada uno con instrucciones precisas. Rodear el edificio. Revisar cualquier posible salida. Asegurar el perímetro. Nadie entraba ni salía sin que yo lo supiera.
—Desactiven todas las cámaras que encuentren. No quiero seguir dándole más ventaja al hijo de puta —ordené.
Vimos tres en la fachada princi