Max
Sus dedos entrelazados a los míos me arrastraron por los pasillos, lejos del ruido, del eco de copas y risas falsas.
No pregunté a dónde íbamos. No quería saber. Solo quería que no soltara mi mano.
Cruzamos una puerta oculta, subimos unas escaleras estrechas y silenciosas.
Llegamos a una galería privada. La luna se colaba por el tragaluz, bañándola a ella en plata. Se quitó la máscara y ahí estaba. La mujer del cementerio. La de los sueños. La que no conocía… y sin embargo, sentía mía.
No dije nada. Solo la miré.
Quise memorizarla, tatuarla en mi mente antes de que se esfumara.
Ella se acercó, despacio, como si temiera romper algo en mí. Me rozó la cara con los dedos, bordeando mi mandíbula, mi cuello.
La piel se me erizó al instante. Cerré los ojos. Cada caricia despertaba una parte de mí... Una que no sabía que había perdido.
—¿Quién eres? —susurré sin abrir los ojos—. ¿Por qué me haces sentir... tan vivo?
Su aliento rozó mis labios.
—Porque tú eres mío. Eres lo único en lo qu