Paulina
Afuera, en el jardín, el mundo parecía otro. Como si nada de lo que habíamos vivido hubiera ocurrido en realidad. Como si los monstruos que arrastrábamos no pudieran alcanzarnos bajo la luz suave de ese día.
Desde mi lugar junto a la mesa, con una taza de café entre las manos, los observaba.
Magda corría por el pasto descalza, el cabello suelto agitándose como una banderita castaña. Reía fuerte, libre, empujando a su hermano hacia la hamaca mientras él la miraba con una mezcla de falso fastidio y pura adoración que solo los hermanos conocen.
Y él…
Max.
El Max adulto.
El hombre que amaba. El que me rompió por malos entendidos. El que ahora… simplemente jugaba con nuestros hijos.
Estaba vestido con ropa deportiva que Lucas le había prestado, los pies hundidos en el césped, y la mirada puesta en los niños como si el resto del universo no existiera.
Y por un momento, me permití imaginar que siempre había sido así. Que nunca nos habían robado todo.
Iris estaba sentada bajo el lim