SANTIAGO CASTAÑEDA
—¡Pinche mentirosa de mierda! —gritó Julia saliendo del cuarto, levantándose al mismo tiempo que quería correr—. ¡Arruinó todo! ¡Arruinó mis cosas, mis computadoras, mis dibujos!
»¡Por su culpa casi pierdo el negocio con el grupo Grayson!
—¿Qué? —pregunté sorprendido. Entonces Julia me tomó de la mano y me llevó a su cueva. Cuando entré pude notar ese aroma a suavizante para ropa flotando en el ambiente. Sus computadoras se veían mojadas y cuando volteé hacia los dibujos, todos estaban arruinados—. ¡Los dibujos! ¡Mis retratos!
Tomé uno de ellos como si fuera un animal herido. Las líneas estaban corridas, deshaciéndose.
—¡¿Sabes lo hermoso que me veía en estos dibujos?! ¡¿Cómo pudiste echarlos a perder así?! —exclamé indignado, volteando hacia Lily, esperando una buena explicación.
—¡Yo no hice nada! —gritó indignada—. ¿Qué hay del niño? ¡¿Me dirán que no es más lógico que él lo haya hecho?!
—¡Claro! En cinco años nunca ha hecho nada tan destructivo y cruel, pero j