SANTIAGO CASTAÑEDA
Lo tomaron por los hombros, lo levantaron y lo obligaron a encarar al hombre al que había robado.
—¿Te consideras muy inteligente? ¿Te crees muy cabrón? —preguntó el adinerado mientras golpeaba al joven en el estómago, haciendo que se doblara del dolor—. Te daré una merecida lección, para que la pienses dos veces antes de robarle a alguien más.
Consideré quedarme en completo silencio. No era mi problema. No planeaba involucrarme, pero la manera en la que ese hombre lo trataba con desprecio y violencia me hizo hervir la sangre.
Los de seguridad sujetaban al chico de los brazos mientras el hombre seguía golpeándolo. Entonces encontró su dinero y lo sacudió frente a los ojos del ladrón.
—No pensaste que te lo quedarías, ¿verdad? —se burló antes de levantar el puño de nuevo. Cuando me di cuenta, ya estaba ahí, sosteniéndolo de la muñeca, involucrándome en un asunto que no me correspondía.
—¡Suéltame, hijo de tu puta madre! —gritó el hombre furioso hasta que volteó hac