LILIANA CASTILLO
Javier entornó los ojos, valorando si era sincera, sabiendo que, aunque lo fuera no era una opción quedarse. Tenía que salir, tenía que ir con mi padre. La empresa de Julia, a final de cuentas, le pertenecía a la organización y que servía para cubrir sus huellas de alguna manera, escondiendo información, borrándola de sitios gubernamentales y cambiando archivos electrónicos a su favor. No era tan fácil renunciar a ella o ignorarla.
—Por favor, haz lo que te pedí… —insistió pegando su frente a la mía—. Quédate aquí, no salgas. No te pongas en peligro.
He de admitir que me conmovió que, pese a saber quién era, aun así, me tratara como si estuviera hecha de cristal y no pudiera defenderme sola. Después de dejar un beso tierno en mis labios, se fue, dejándome en completo silencio, con mis pensamientos zumbando con fuerza en mis oídos.
Me dejé caer en la cama y me quedé con la mirada fija en el techo. Tenía dos opciones, hacerle caso y quedarme encerrada ahí o… hacer lo