LILIANA CASTILLO
—¿Tienes idea de quienes podrían ser? —preguntó Carl mientras me llevaba del brazo en sentido contrario al resto de la gente que había decidido salir corriendo hacia la misma avenida principal donde estaban esos hombres y su camioneta.
La ansiedad por gritarles, por pedirles que se fueran en otra dirección, invadió mi pecho, pero llamar de esa manera la atención podría ser peligroso. Después de todo, a quien buscaban era a mí, ¿no?
—No tengo idea —respondí pensativa y preocupada.
—Me dijiste que Santiago era solo un amigo y ahora resulta que en realidad eres su amante, o eso es lo que ellos dijeron. ¿A quién le debo de creer? —Me tomó por los hombros y me presionó contra la pared del angosto callejón—. Dime que eso no es cierto, dime que él no te ha tocado…
Lo vi directamente a los ojos, esta vez con más desconfianza que antes. Estaba molesto, estaba indignado, pero, principalmente, no parecía tener dudas. Estaba seguro de que yo era la amante, su parte lógica no lo