SANTIAGO CASTAÑEDA
Mis pasos me llevaron al club de siempre. Los guardias me dejaron entrar de inmediato y llegué hasta el privado que siempre estaba apartado para mí. Uno a uno mis amantes fueron llegando. El cantinero sabía que en cuanto me sentaba sobre el sofá en forma de semicírculo, tenía la obligación de llamarlos para complacerme.
Me escudé en la música fuerte para no tener que hablar con ninguno, mientras ellos compartían tragos y se servían de botellas costosas, divirtiéndose por mí. Sus caricias no hacían que el ardor de mi alma disminuyera.
Parecía hipnotizado por las luces del lugar, pero en realidad me estaba ahogando con todo lo que había dicho Lily, con cada pedrada que me dolió porque