JULIA RODRÍGUEZ
—¡Confiesa hija del mal! —exclamó levantando la caja, estirando su brazo por arriba de su cabeza. Era imposible alcanzarla, pero aun así brinqué frente a él—. ¡Dijiste que pasarías la noche en la habitación principal con Mateo! ¡Mentirosa! ¡Te fuiste de loca! ¡¿Con quién?!
—Deberías de dejar de gritarme y preocuparte más por mi herida —sentencié retrocediendo ofendida, como si de esa manera pudiera distraerlo o por lo menos ganar tiempo.
Santiago se inclinó para ver mi brazo herido y amoratado, escondiendo la pastilla de emergencia de manera preventiva en su bolsillo. Con cuidado empezó a revisar la herida, deshaciendo el nudo de la corbata y quitándola con cu