Destino.
La elegancia que caracterizaba a los Castelli era algo que Isabel no había traicionado nunca. Ni siquiera cuando debía fingir ser una simple turista visitando Moscú.
Su abrigo color marfil estaba ceñido a su cintura, mientras caía con elegancia a sus costados, mientras el bolso de piel colgaba en su brazo.
No llevaba demasiado allí; solo su celular, una fotografía vieja de su hija, Anya, con tres años. El único recuerdo que guardaba intacto.
Llegó puntual al café acordado, un local sombrío, de madera antigua y luces neutrales.
Stella había elegido el lugar con cuidado; era lo bastante discreto para una conversación privada, pero lo bastante elegante para mantener el estatus de Isabel. Sonrió por inercia, le había enseñado bien.
Se sentó junto al ventanal. Pidió té de menta, aunque no tenía intención de beberlo y miró el reloj en la pared del local.
Cinco, diez,veinte minutos. El tiempo pasaba demasiado lento mientras esperaba a su hija adoptiva.
Intentó distraerse mirando la ciudad