Anya Vanderbilt.
Anya disfrutó los rayos del sol en su rostro, apenas cruzó el umbral de la puerta con los trillizos acomodados en un cochecito triple.
Tan pronto prestó atención alrededor, notó las cámaras humanas observándola; los guardias, los cuales, se suponía que estaban allí para custodiar la entrada a la mansión, la observaban como si planearan impedir un escape que Anya ni siquiera había pensado.
Las hojas crujían bajo sus pies y en ese momento Anya pensó que incluso las estatuas del jardín de giraban a observarla.
La tarde soleada, el paseo con sus hijos que tanto había esperado, ahora le sabía a encierro. Porque incluso si podía salir de la mansión Vanderbilt, todos la vigilaban como si fuera una prisionera.
Además de las cámaras humanas y las estatuas, producto de su paranoia, sentía una mirada incrustada en su nuca y sabía perfectamente a quien pertenecía esa mirada curiosa; Mary Smith, la empleada que apenas y recordaba que existía, pero que siempre parecía seguirla a todas partes, aun