Elena Fonetti y Felipe Rinaldi habían sido amigos desde pequeños. A pesar de llevarse casi seis años siempre estaban juntos y se protegían el uno al otro. Elena era la única hija de uno de los consejeros del Rey de Talovara y Felipe todo un príncipe. Pensaron que siempre podían contar con su amistad. Que nada rompería la promesa que dejaron grabada en un viejo árbol cuando eran niños. No fue así. El destino se encargó de demostrarles que hasta los lazos que parecen irrompibles pueden ser consumidos por una traición. En el instante que el padre de Elena da un golpe de estado, todo cambió. Las vidas de todos estaban destrozadas. La de Felipe más aún. No sólo había sido castigado con el destierro de su país natal si no que tendría la espalda marcada por toda la eternidad. Años después cuando Felipe regresa convertido en el nuevo Rey de Talovara, muchos pensaron que las piezas estaban cayendo en su sitio. Que esa vez todo saldría bien. No fue así. Felipe tuvo que casarse con Elena debido a una arcaica ley. Con la mujer que había destrozado su vida. Con la mujer que él odiaba con todo su corazón
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—Libérala. No voy a dejar a tu hija aquí contigo. Si fuiste capaz de darle un golpe de estado a tu mejor amigo y destronarlo, cuando decías que dabas la vida por él, no me quiero imaginar lo que harás con ella cuando siempre has deseado varón. —La rabia del príncipe Felipe salía en oleadas. Nunca se imaginó que iban a sacar a su familia de Talovara de semejante manera.
Pero Emiliano Fonetti había puesto al país en su contra y había hecho que la guardia nacional lo apoyara a base de mentiras. Su padre y su madre habían tenido que prácticamente huir por la puerta trasera. Él se había quedado, incluso sabiendo que su propia vida podía correr peligro. Pero no dejaría que a su amiga la cuidara semejante animal. Emiliano había demostrado en infinidad de ocasiones que tenía un carácter de mil demonios y la mano un poco suelta.
Elena nunca había sido golpeada por su padre pero Felipe había visto con sus propios ojos como Letty, la madre de Elena mostraba diversos morados y marcas de dedos. No dejaría que eso le sucediera a una adolescente. Sobre su conciencia no caería la muerte de alguien tan joven, mucho menos cuando en su mano estaba el poder de ayudarla.
Ante sus palabras Emiliano soltó una carcajada. La mirada que le dedicó hizo que la postura de Felipe se tambaleara un poco.
—Nunca lastimaría a mi propia sangre. Y ahora que es la única heredera de Talovara no me convendría. Pero tú, que no eres nadie, no saldría tan bien parado. Tienes la opción de irte por tus propios pies, Felipe. Pero te sugiero que te vayas ahora. La próxima vez no seré tan benévolo.
Felipe Rinaldi se mantuvo en sus trece. Había aprendido mucho de su padre, un gran Rey. Él mismo se había preparado durante sus diecinueve años de vida para ascender al trono. Sabía cuando una batalla estaba perdida y cuando era mejor retirarse para posteriormente levantarse con la victoria. Consideró sus opciones. Ciertamente tenía muy pocas. Pero algo que él había heredado y que su padre no poseía era mucha cabezonería. Para Felipe un segundo lugar no valía la pena cuando podías disfrutar del primero siempre que te esforzaras.
—No te lo digo más, Felipe. Por la consideración que te tengo pues te vi nacer, vete.
—No —respondió de forma absoluta— .De aquí no me voy sin Elena.
—Guardias. Echen a este mequetrefe del castillo. No lo quiero ver nunca más.
—Debería irse con un regalo, ¿verdad, padre? —Felipe se estremeció ante el helado tono de esa muchacha que él consideraba que no había roto un plato. La diabólica mirada que le dirigió esa niña de catorce años hizo que se replanteara todas sus opciones. Él no había podido equivocarse tanto.
El chasquear de un látigo hizo que su fuerte cuerpo se estremeciera. Quiso huir pero esa vez tres guardias lo tenían bien sujeto. No le quedó más remedio que esperar su penitencia aunque su mente se negara y tuviera el corazón hecho pedazos.
Más que la pérdida de su reino, de su corona, de su pueblo, le dolía la traición de quien el consideraba su mejor amiga, la que escondía sus secretos.
Cuando rasgaron su camisa de seda, su cuerpo se sacudió. Había visto muchos programas televisivos de guerra. Sabía como sonaba el látigo. Como cortaba el aire. Lo que nunca se imaginó fue el profundo ardor que sintió en su espalda como si se estuviera quemando de adentro hacía fuera. El segundo latigazo hizo que todo el aire de sus pulmones saliera. Al tercero quería morirse. El cuarto logró que casi perdiera la conciencia.
—Es suficiente, hija. No lo queremos muerto.
Y ante la risa maquiavélica que escuchó levantó su cabeza. Expresó todo su odio en su mirada. Odio hacia el hombre que le había quitado todo y odio en mayor intensidad hacia aquella chiquilla que había destruido su alma. A Elena se le cortó la risa cuando lo vio y se dio cuenta de la promesa que veían en esos ojos marrones.
Felipe Rinaldi era su enemigo y un día regresaría para recuperar todo lo que le habían quitado.
Hola: Quiero agradecer a todos aquell@s que leyeron esta historia y la vivieron conmigo. De todas mis novelas (que son 4) esta es la que ha vivido más contratiempos. Bloqueos, falta de fluido eléctrico, de todo. La he escrito casi al día cuando generalmente siempre tengo mucho adelantado para publicar. Pero me alegro de haberlo hecho así. El camino siempre no es fácil. Se que los protagonistas sufrieron mucho pero es que el amor muchas veces no es fácil o sencillo si no todo lo contrario. Los problemas es lo que hacen que una relación se fortalezca o se rompa. Espero que hayan amado a Felipe a pesar de todas sus meteduras de pata y que hayan aprendido de Elena, sobre todo a no darse cuenta por vencida a pesar de tener todas las circunstancias en contra. Yo sí lo hice.Gracias a tod@s los que hicieron el camino conmigo desde el principio y los que se fueron sumando. Cuidense mucho. Aprecio su lectura y sus comentarios (aunque fueron pocos). No dejen de recomendar. Gracias. Nos vemo
Cinco años después. Felipe entró en su casa cansado después de tan largo viaje. Haber ido al otro lado del mundo por un derrame de crudo en una de sus compañías en el océano Pacífico era extenuante. No importaba que viajara en un avión con todos los lujos y comodidades. La semana que llevaba sin dormir le estaba pasando factura. Anhelaba una buena ducha de agua caliente, jugar con sus hijos y hacerle el amor a su mujer durante días. No precisamente en ese orden. Por ese motivo le extrañó la tranquilidad que sintió nada más poner un pie en el ala donde su esposa y sus hijos vivían. No ver las piernitas regordetas de sus pequeños lo hizo fruncir el ceño hasta que una pequeña con dos coletas y una muñeca en brazos salió a recibirlo.— ¡Papá! ¡Papá! Has llegado. No imaginas todo lo que he aprendido en esta semana. La señorita Bedford está muy contenta conmigo y dice que seré tan inteligente como mamá. —Que bueno, cariño —expresó él mientras la alzaba del suelo y la hacía volar por lo
Pasó un día, dos, diez, veinte, treinta y Elena seguía igual. No había retroceso en su estado pero tampoco mejoría. Felipe había decidido atenderla en palacio cuando le habían quitado el respirador. Preparó una de las habitaciones más grandes para su uso personal. Pues quería velar su sueño y que estuviera cómoda. La única alegría se la daban sus niños. Ambos iban creciendo cada día aunque Lena estaba intratable. Después de varias horas de llanto se quedaba dormida de puro agotamiento. Extrañaba a su mamá y no era el único. Felipe sentía que su mujer se estaba perdiendo muchas cosas. Muchas primeras veces que serían irrepetibles. Como la primera sonrisa de su hija o como su pequeño se había agarrado al biberón y no lo había soltado hasta acabar. Todavía le decían pequeño o bebé. Felipe no había decidido el nombre. Y habían acordado que el primer hijo que tuvieran juntos sería Elena quien lo decidiría. Dirigió la mirada a la cama y sintió su alma comprimida. Hacían cuatro días
Elena se había despertado en el mismo instante que Felipe había dejado de abrazarla. Pero la cama estaba demasiado rica y todavía le quedaba sueño como para desperdiciarlo en vano. Habían pasado unos veinte minutos cuando escuchó gritos abajo. Quizás en el ajetreo del día no podía oírse nada desde su ala pero en la tranquilidad de la mañana todo se escuchaba con increíble claridad. Casi corrió cuando identificó la voz de su padre. Y la sangre se le heló en las venas al divisar semejante panorama. No supo si fue la adrenalina del momento o el conocimiento de que si Felipe moría se llevaría consigo su corazón y su alma, pero literalmente voló sobre los escalones. Todo sucedió a cámara lenta. Y la bala que iba a parar a su marido y ser letal para él, impactó en su cuerpo. Sintió como el pequeño trozo de plomo penetró en su carne. Como se abrió. Y el dolor fue tan intenso y visceral como ninguno que hubiera sentido antes. Le iba a dar en la cabeza pero había empujado a Felipe unos mil
Diciembre llegó con temperaturas frescas. Se había quedado atrás el pegajoso verano. Aunque era muy poco probable que en Talovara nevara el cielo había adquirido la tonalidad de las tormentas. Y a medida que los días fueron pasando y las hojas de los árboles se caían dejando las ramas desnudas, el dolor en el pecho de Elena había perdido intensidad. Había intentado luchar contra la corriente solo para darse cuenta que las aguas tenían demasiados rápidos. El impulsor, era nada más y nada menos, que una personita de apenas cuatro kilos que la traía loca. Eso y las fotos que había encontrado en el álbum que había cogido de casa de María. En la mayoría había fotos que contaban la evolución de su embarazo pero casi al final había alguna de ellas juntas. Elena nunca había posado para su amiga y a pesar de tomarla desprevenida, las fotografías eran excepcionales. Lo había comprendido al leer la nota del inicio. “Si no me gustara tanto la enfermería sin dudar hubiera sido fotógrafa”. Y si
Las lágrimas que corrían por las mejillas de Elena pasaron de ser simples gotas a convertirse en un torrente. Había tenido que parar varias veces pues la intensidad de su llanto le impedía respirar con normalidad y veía borrosa las letras. Cuando acabó se la entregó a Felipe al mismo tiempo que ella iba en busca del nuevo miembro de su familia. De su hija.Hola mi niña bonita susurró abrazándola. Estaban solos en la habitación pues la enfermera había salido dejándoles intimidad.—La buscaremos, princesa. No lo dudes.—No, no lo harás —convino volviéndose y mirando a Felipe a los ojos. Dos voluntades chocaron. Dos miradas se enfrentaron. Respetaremos sus deseos. Y aunque me duela en el alma voy a hacer lo que me pidió. Al pie de la letra.—Vas a aceptarla. —Felipe no preguntó. No hacía falta. Nada más había que ver con la delicadeza y el sumo cuidado con el que tenía cargada a su ahijada. Ahora su hija. —Sí. Esta niña y nuestro pequeño son hermanos. Sé criarán como tal. Juntos. Y des
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