Capítulo 4:

 Felipe durmió como hace mucho que no dormía. Se sentía lleno. La luna creciente que mostraba el amplio ventanal de su cuarto le daba idea de un nuevo comienzo. Un comienzo para bien. Le habían acomodado un cuarto de forma muy parecida al suyo de niño. Alguien había guardado todos sus trofeos y medallas y estaban perfectamente colocados. Y agradecía el gesto enormemente.

 Se levantó temprano. Había muchas cosas para preparar y faltaba tiempo. Ya habría momento para dormir después de muerto. La noticia que no quedaba ningún Fonetti en el castillo lo llenó de dicha pero, al conocer que Iley se había marchado con Elena se entristeció un poco. Esa señora de casi cincuenta años que portaba en sus hombros muchísima sabiduría, había sido la doncella de Anabelle. Y estaba seguro que a su hermana le encantaría volver a verla. Desconocía que le veía de bueno a Elena que se había mantenido a su lado durante tantos años.

 La llegada del resto de los miembros de la familia fue grandemente celebrada. Los criados hicieron una fiesta por todo lo alto. Felipe no sabía en que momento lo habían hecho. Pues la noche anterior cuando se había acostado en la amplia cama, no se había escuchado ningún sonido. Pero el salón de eventos estaba lleno de cintas y flores. Los rayos del sol iluminaban los cristales de la lámpara del techo creando un ambiente extraordinario.

—No llores, mamá —expresó Felipe compungido al ver la tristeza que mostraba el rostro de su progenitora— .Es un momento de alegría y no de lamento. Recuperamos lo que es nuestro.

—Y me llena de orgullo. Me complace inmensamente saber que eres un rey de carácter y corazón. Y estoy segura al cien por cien que si tu padre te viera en estos momentos se sentiría muy feliz al ver el hombre en que te has convertido.

 Cuando acabó de hablar abrazó a su hijo mayor fuertemente y extendió una mano para que su hija se uniera a ellos. La emoción cruzó por el rostro de Gregory al contemplar tan emotiva escena. Pero en ese cuadro faltaban personas y él se encargaría de ayudar al destino para que todas las piezas cayeran en su sitio. Si no se dejaría de llamar Gregory Agustino Ubaldo.

—Papá está aquí, mamá —habló Anabelle cuando el abrazo concluyó señalándose el corazón— .Él nunca nos ha abandonado. Su recuerdo sigue con nosotros.

 La matriarca Rinaldi asintió en confirmación aunque le faltaba convicción a su gesto. Como mujer podría perdonar muchas cosas. Como madre jamás olvidaría el daño que les hicieron a sus hijos. Y Emiliano se las debía. Pero Elena Fonetti las tenía contadas. Ella le haría pagar todas las lágrimas derramada. Si algo sabía con certeza era que el destino podía estar en contará pero muchas veces estaba a favor y ella tenía mucha paciencia.

 Felipe la conocía demasiado bien. Su hijo sabía perfectamente que si se encontraba cara a cara con esas sanguijuelas, no podría controlarse. Había aprendido a base de golpes y caídas que todo tenía su tiempo. Y el de ella llegaría. Y cuando lo hiciera, estaría lista para que esa mala mujer se arrepintiera de haber nacido.

 Había pasado una semana desde que Felipe Rinaldi había llegado a Talovara. Estaban preparando las cosas para una rueda de prensa para el día siguiente donde anunciarán su próxima coronación. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Gregory, William y el mismo Felipe se habían dejado hasta las pestañas montando una estrategia. Nadie diría que su antiguo rey había vendido al país y provocar una crisis interna. Las cosas estaban demasiado delicadas. Y en ese momento más que nunca debían estar unidos.

 Un breve toque los interrumpió. A Felipe se le iluminaron los ojos cuando vio a su novia. No había aguantado y la había mandado a buscar antes. Su chica era lo que le faltaba para ser feliz. No podía decir que estaba enamorado de Anastasia. Ese revoleteo de mariposas en el estómago nunca lo había sentido pero, se sentía bien con ella. Esa mujer era una luz brillante en su mundo.

 Se levantó y fue a su encuentro. Perdió la compostura y olvidó que estaba con otras personas. La atrajo hacia sí y la besó profundamente. Sólo cuando estuvo saciado se apartó. Y ver ese rubor en las mejillas de Ana y su mirada pérdida, lo satisficieron mucho.

—Prepara una boda después de la coronación, Greg. Esta mujer será mi esposa.

 Y la cogió de la mano y se la llevó, olvidándose de su reino por un tiempo y dejando la sala sumida en un profundo silencio. A William desconcertado por esa pedida de mano tan poco romántica y a Gregory confuso pues Felipe desconocía completamente las leyes de Talovara y una en específica que le cambiaría la vida.

 Anastasia no sabía que decir. La majestuosidad de su alrededor era impresionante pero no era sólo ese asunto el que la había dejado sin palabras. Amaba al hombre que la llevaba de la mano. Como no amarlo cuando era todo un caballero de esos de antes. De los que te abrían la puerta al entrar y al descender de un auto. De los que te despertaban con una rosa roja y te mandaban un ramo con dos docenas cuando se equivocaban. De esos que te daban una caja de bombones en San Valentín y te llevaban a conocer París por que nunca lo habías hecho. Pero ahí faltaba algo. Felipe Rinaldi no la miraba como ella lo miraba a él.  Y el sexo no era una buena base para formar un matrimonio.

—Felipe, espera. Detente un momento, por favor. Necesitamos hablar.

— ¿Qué pasa, preciosa? Quiero mostrarte el lugar donde nací. —Y eran detalles como esos los que hacían que Elena quisiera decir te amo. Pero no eran suficientes. No para ella. Quería a parte de respeto, amor. Como de esos de los culebrones románticos. Y sabía que no sería ella si se conformaba con menos.

— ¿De verdad quieres casarte conmigo? ¿Quieres compartir tu vida a mi lado?

—Claro que sí, Ana. Ya se me está pasando el arroz. Y quiero ver a mis hijos crecer mientras soy joven.

 Y fue esa respuesta la que hizo que el castillo de ilusiones que Anastasia se había montado, se cayera sin remedio al suelo. A ninguna mujer le gustaría escuchar semejante frase después de que le pidieran matrimonio. Pero él no te lo pidió, le recordó su mente, él ordenó que organizaran la boda.

—Mi respuesta es no —expresó con firmeza separando sus manos— .Cómprame un anillo decente, hazme una proposición como Dios manda y dame motivos más convincentes que esos y entonces consideraré mi respuesta. Mientras tanto, no seré tu esposa.

— ¿Pero que dices, Ana? No seas absurda. El amor de los finales felices solo existe en los cuentos de los niños. La vida real está muy lejos de ser así. Quiero tenerte a mi lado. Que importa que sea hoy, mañana o pasado y que importa la forma.

—Si importa, Felipe. Y un día te darás cuenta. Solo espero que no sea demasiado tarde. No quiero discutir. Muéstrame tu casa. Esa de la que me has hablado tantas veces.

 Palabras certeras que calmaron a la bestia y que le confirmaron a Anastasia que había tomado la decisión correcta. Ella no iba a ser desdichada.

 Felipe le mostró cada habitación de ese lugar. Cada torre. Cada lugar. La llevó por los amplios pasillos y por las estrechas escaleras que utilizaba el servicio. La paseó por las cocinas y por los jardines. Le enseñó la fuente que el palacio tenía detrás y como se perdía la vista cuando uno miraba el mar.

 Recorrió el bosque en el que se escondía cuando era pequeño y le enseñó su árbol favorito. Ese que guardaba todos los secretos en sus ramas. Pues según la leyenda a ese cedro viejo iban los Reyes a llorar sus penurias y contar sus alegrías. Le habló de como su padre nunca le dejó construir una casa en el pues estaba seguro que destruiría su historia. Sin embargo sus palabras se entrecortaron al ver un tallado en una de las raíces que sobresalían del suelo.

 Una letra F enlazada con una E dentro de un corazón, mientras amigos por siempre estaba un poco más apretado. Los años lo habían desgastado un poco pero se podía leer claramente el mensaje.

— ¡Oh que bonito! —dijo Anastasia al seguir la dirección de su mirada— .Debieron ser muy amigos si se atrevieron a inmortalizar su amistad.

—Sí, lo fueron. Fueron grandes amigos —Sin embargo sus palabras no escondieron las emociones que cruzaron por su rostro— .Es mejor que volvamos.

 El regreso fue en silencio. La alegría se había ido. Felipe no quería actuar así pero tenía sentimientos encontrados. Dejó a Anastasia en su habitación y se marchó. Y aunque sabía que un maratón sexual haría que sus recuerdos se esfumaran, no quiso mezclar una cosa con la otra.

 Regresó a su despacho sólo para ser partícipe de más malas noticias. Las caras de sus amigos así lo atestiguaban. No presagiaban nada bueno.

—No puedes casarte con esa muchacha, Felipe. Si lo haces, perderás el reino —fueron las palabras de Gregory— .La ley es irrevocable. O te casas con Elena o perderás este país para siempre.

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