Un Rey a tu servicio
Un Rey a tu servicio
Por: YilyTM
Prólogo

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—Libérala. No voy a dejar a tu hija aquí contigo. Si fuiste capaz de darle un golpe de estado a tu mejor amigo y destronarlo, cuando decías que dabas la vida por él, no me quiero imaginar lo que harás con ella cuando siempre has deseado varón. —La rabia del príncipe Felipe salía en oleadas. Nunca se imaginó que iban a sacar a su familia de Talovara de semejante manera.

 Pero Emiliano Fonetti había puesto al país en su contra y había hecho que la guardia nacional lo apoyara a base de mentiras. Su padre y su madre habían tenido que prácticamente huir por la puerta trasera. Él se había quedado, incluso sabiendo que su propia vida podía correr peligro. Pero no dejaría que a su amiga la cuidara semejante animal. Emiliano había demostrado en infinidad de ocasiones que tenía un carácter de mil demonios y la mano un poco suelta.

 Elena nunca había sido golpeada por su padre pero Felipe había visto con sus propios ojos como Letty, la madre de Elena mostraba diversos morados y marcas de dedos. No dejaría que eso le sucediera a una adolescente. Sobre su conciencia no caería la muerte de alguien tan joven, mucho menos cuando en su mano estaba el poder de ayudarla.

 Ante sus palabras Emiliano soltó una carcajada. La mirada que le dedicó hizo que la postura de Felipe se tambaleara un poco.

—Nunca lastimaría a mi propia sangre. Y ahora que es la única heredera de Talovara no me convendría. Pero tú, que no eres nadie, no saldría tan bien parado. Tienes la opción de irte por tus propios pies, Felipe. Pero te sugiero que te vayas ahora. La próxima vez no seré tan benévolo.

 Felipe Rinaldi se mantuvo en sus trece. Había aprendido mucho de su padre, un gran Rey. Él mismo se había preparado durante sus diecinueve años de vida para ascender al trono. Sabía cuando una batalla estaba perdida y cuando era mejor retirarse para posteriormente levantarse con la victoria. Consideró sus opciones. Ciertamente tenía muy pocas. Pero algo que él había heredado y que su padre no poseía era mucha cabezonería. Para Felipe un segundo lugar no valía la pena cuando podías disfrutar del primero siempre que te esforzaras.

—No te lo digo más, Felipe. Por la consideración que te tengo pues te vi nacer, vete.

—No —respondió de forma absoluta— .De aquí no me voy sin Elena.

—Guardias. Echen a este mequetrefe del castillo. No lo quiero ver nunca más.

—Debería irse con un regalo, ¿verdad, padre? —Felipe se estremeció ante el helado tono de esa muchacha que él consideraba que no había roto un plato. La diabólica mirada que le dirigió esa niña de catorce años hizo que se replanteara todas sus opciones. Él no había podido equivocarse tanto.

 El chasquear de un látigo hizo que su fuerte cuerpo se estremeciera. Quiso huir pero esa vez tres guardias lo tenían bien sujeto. No le quedó más remedio que esperar su penitencia aunque su mente se negara y tuviera el corazón hecho pedazos.

 Más que la pérdida de su reino, de su corona, de su pueblo, le dolía la traición de quien el consideraba su mejor amiga, la que escondía sus secretos.

 Cuando rasgaron su camisa de seda, su cuerpo se sacudió. Había visto muchos programas televisivos de guerra. Sabía como sonaba el látigo. Como cortaba el aire. Lo que nunca se imaginó fue el profundo ardor que sintió en su espalda como si se estuviera quemando de adentro hacía fuera. El segundo latigazo hizo que todo el aire de sus pulmones saliera. Al tercero quería morirse. El cuarto logró que casi perdiera la conciencia.

—Es suficiente, hija. No lo queremos muerto.

 Y ante la risa maquiavélica que escuchó levantó su cabeza. Expresó todo su odio en su mirada. Odio hacia el hombre que le había quitado todo y odio en mayor intensidad hacia aquella chiquilla que había destruido su alma. A Elena se le cortó la risa cuando lo vio y se dio cuenta de la promesa que veían en esos ojos marrones.

 Felipe Rinaldi era su enemigo y un día regresaría para recuperar todo lo que le habían quitado.

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