Dentro del templo, los aullidos de los cachorros se alzaron como un lamento colectivo. El suelo temblaba con cada embestida contra la puerta de piedra, y el eco de la columna rota del lobo guardián aún resonaba en los corazones de los presentes.—¡Silencio! —gruñó una anciana loba, su voz ronca pero firme, mientras se apoyaba contra la pared con sus patas temblorosas—. ¡Callen esos aullidos! Nos delatan...Los cachorros se encogieron, sus hocicos húmedos temblando de miedo. Uno de los más pequeños, un macho gris con los ojos desorbitados, sollozó:—¿Qué va a pasar, Siva? ¿Nos van a... nos van a encontrar?Siva no veía desde hacía tres inviernos, pero sus oídos lo escuchaban todo. —No si nos movemos ahora —dijo con urgencia, tanteando con el hocico las piedras detrás del altar. Buscó una hendidura, un símbolo oculto. La encontró y presionó con fuerza—. Aquí está. ¡Ayúdenme, rápido!Una placa de piedra se deslizó con un rechinar sordo, revelando una abertura estrecha envuelta en raíces
Maerthys se acercó lentamente a Clara, sus ojos brillando con un destello peligroso. La tensión en el aire era palpable, su intención era entrar en la mente de Clara.—Clara... —su voz se deslizaba suavemente, casi como un susurro, pero cargada de poder. —Eres especial . Algo... más allá de lo que crees. Tu magia es única, hija mía. Eres la clave para muchas cosas, para muchos destinos.Clara frunció el ceño, sin apartar la vista de Maerthys. Un escalofrío recorrió su espalda, pero no iba a ceder tan fácilmente.—¿Qué estás diciendo? —respondió, su voz firme, aunque un poco vacilante. —No soy tu hija. Lo que me estás proponiendo no tiene sentido.Maerthys sonrió, un gesto que no llegaba a ser cálido, pero sí demasiado seguro de sí misma. Su mirada se intensificó, y el aire a su alrededor pareció volverse más denso.—Clara, no puedes seguir luchando contra lo que eres. Luchar es inútil. Yo... te daré un propósito... tu verdadera herencia. Tú y yo podemos reconstruir todo esto juntas. T
Los límites de Luzbria eran un campo de guerra. La rabia de Kael lo consumía por completo. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, su respiración era pesada y agitada. La muerte de Nox, su hermano de manada, había desgarrado su corazón. Nox había caído en una batalla injusta, y Kael no podía olvidar la mirada en sus ojos antes de que sucumbiera. Ahora, con Kira, su hermana también herida, su dolor se multiplicaba. La idea de perder a otro miembro de su manada lo devastaba. ¿Cuánto más podía soportar? ¿Cuánto podía soportar ella la pérdida de su amado?—Acabaré contigo, Lucan. Y cuando termine, iré por Dorian. —Sus ojos brillaban con una furia incontrolable. La venganza era lo único que podía ver ahora.Lucan apenas pudo reaccionar antes de que Kael lo atacara con la rapidez de una tormenta. Los dos cuerpos chocaron en el suelo con un estrépito ensordecedor. Las garras de Kael se hundieron en el pecho de Lucan, arrancando pedazos de carne con cada golpe. Lucan intentó defenderse, pero
El aire en Valragh olía a ceniza y a magia corrompida. Los restos de la tormenta de cuervos aún oscurecían el cielo, como un mal presagio que se negaba a desvanecerse. En el centro del círculo, Clara caía de rodillas, sus manos temblaban, su respiración era un espasmo entrecortado. Gritó el nombre de Emma una y otra vez, pero la niña no respondió. Se había desvanecido, tragada por las sombras que Maerthys había invocado.—¡EMMA! —clamó entre sollozos, su voz desgarrada por la impotencia—. ¡No, no puede ser!Arthur la sostuvo desde atrás, arrodillado junto a ella, sus brazos envolviéndola para evitar que se desplomara por completo. No dijo nada; su silencio era más fuerte que cualquier consuelo. Él también sentía el peso de la pérdida, de la magia oscura que les había arrebatado a la pequeña sin dejar rastro.Entonces se oyó un crujido de ramas, seguido de pasos apresurados. Ragnar emergió de entre los árboles, cubierto de polvo y sangre seca. Llevaba a Kira en brazos, su cuerpo inerte
—La matará… ¡Va a matar a mi pequeña hija! —sollozaba Clara, doblada por el dolor, con las manos cubriéndose el rostro mientras Ragnar trataba de contenerla.Un estruendo cortó el aire como un relámpago seco. Ruidos comenzaron a alzarse por todos lados: pasos firmes, ecos de metales, respiraciones profundas… sombras emergían entre los árboles.Los Dreknar.Aparecieron como un ejército en formación, sus cuerpos cubiertos por capas oscuras y armaduras que destellaban bajo la escasa luz. Sus ojos eran como brasas encendidas y su presencia heló la sangre de todos.Kael y Ragnar se pusieron de pie de inmediato, tensos, los músculos listos para el combate. Pero antes de que pudieran atacar, una de las figuras levantó la mano.—No venimos a luchar —dijo una voz firme. Era Thodor, uno de los capitanes del asesinado líder Dreknar—. Queremos a Maerthys. Ha traicionado nuestro pacto… ha asesinado a nuestro líder, Igvar. Un murmullo sacudió Valragh como un viento helado.De entre las sombras, ot
Todos, a duras penas, lograron ponerse en pie, luchando contra la furia del viento que aún aullaba a su alrededor. Ante sus ojos, el cuerpo de Dorian yacía destrozado, su cabeza separada, lanzada varios metros más allá como un macabro trofeo. El tirano de la manada Shadowfang había caído.Lina, frágil y luminosa, había sido su perdición.Ahora yacía en el suelo, inmóvil, como si la vida la hubiera abandonado solo para entregársela al ser que amaba: Kael.Ese amor, tan puro y desesperado, había despertado en ella un poder que nadie habría imaginado.Y sin embargo, cuando la verdad salió a la luz —cuando supieron que era hija de Elián Winters—, ya no resultó tan difícil de aceptar.Un grito desgarrador rompió el silencio: Kael. Fue el primero en llegar hasta ella, arrodillándose bruscamente y tomándola entre sus brazos con una desesperación feroz.—Lina... Lina, por favor... —susurraba contra su cabello, temblando, buscándola.Pero ella no respondía. Su cuerpo estaba frío, su pulso ape
La atmósfera era densa, cargada de tensión. La manada Shadowfang, aquella que hasta hacía poco era dirigida por Dorian, estaba reunida en el borde del bosque, con el rugir del viento encrespando las hojas a su alrededor. La sombra de la muerte colgaba sobre ellos, pero más que nada, la sensación de pérdida. Dorian, su líder, había caído. Y ahora, sin rumbo, sus ojos se dirigían hacia Valragh.El clima, el viento, la furia de la naturaleza parecían reflejar el caos en sus corazones. Algunos de los lobos más jóvenes, ansiosos por vengar a su líder, ya estaban mostrando sus colmillos y gruñendo con furia. Los más veteranos, sin embargo, tenían dudas. El sentimiento de traición pesaba más que la rabia.—¡Nos mataron a nuestro líder! ¡Nos mataron a Dorian! ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer con esos malditos de Valragh que nos han pisoteado tanto tiempo?Todos se miraron entre sí. Sus rostros mostraban dolor, pero también una inquietante necesidad de venganza.—No podemos quedarnos de
En el Valle de las Sombras, también la tierra tembló.Maerthys estaba agachada, removiendo una pócima espesa que despedía un humo gris y pesado. El círculo de velas negras que la rodeaba titilaba débilmente, como si presintieran el desastre.—Que nadie la vea, que nadie la huela, que nadie la encuentre… —murmuraba, concentrada.Emma yacía en un rincón, inmóvil.El suelo crujió con fuerza. El cuenco vibró en sus manos.Maerthys alzó la vista, inquieta.—¿Qué fue eso?Cuando Maerthys volvió a mirar hacia Emma, su rincón estaba vacío.—¡Emma! —gritó, buscando entre la bruma—. ¡¿Dónde estás?!Pero no obtuvo respuesta. Solo el eco de su voz y el olor a magia rota.El cuenco explotó.Un estallido seco llenó el ambiente de fragmentos ardientes. Las velas se apagaron de golpe. Maerthys cayó de espaldas, golpeándose contra el suelo húmedo.Grietas profundas rasgaban el suelo, y un rugido subterráneo llenaba el aire. El humo se dispersaba como si huyera de algo más oscuro.—¡Emma! —gritó, levan