Narrado por Karina
El reloj del salón parecía marcar las horas con martillazos en mi sien. Cada tic-tac me recordaba que Dante no estaba en la casa, que se había ido sin una palabra, sin una mirada, como si yo no existiera.
Me senté en el sofá con el cuaderno abierto sobre las rodillas, pero las letras eran manchas borrosas. Intentaba escribir, como si poner las palabras en papel pudiera ordenar lo que sentía, pero nada tenía sentido. Solo podía pensar en él, en el portazo, en la frialdad que me había dejado clavada en el pasillo como una extraña.
Celeste pasó varias veces frente a mí, con esa expresión silenciosa que me decía más que cualquier pregunta. No insistió, tal vez porque sabía que no tenía fuerzas para darle una respuesta. Y agradecí ese silencio que me dejaba, al menos, respirar entre sollozos ahogados.
Cerré los ojos, abrazando el cuaderno contra mi pecho. Si pudiera gritar, si pudiera romper este silencio mío, tal vez él me escucharía. Pero estaba atrapada en mis propios