Narrado por Karina
El silencio se volvió denso después de su advertencia. Dante había dicho aquellas palabras con tanta firmeza que, por un instante, me hicieron sentir como si hubiera levantado un muro infranqueable entre nosotros. Pero yo no era de rendirme tan fácilmente. No después de lo que había pasado anoche, de lo que habíamos sentido los dos.
Me levanté despacio, con la respiración alterada por los nervios, y lo miré fijamente. Él había vuelto a ponerse la camisa, pero aún no se había abrochado los botones. El contraste de su piel morena, el leve brillo del sudor que quedaba en su cuello, el desorden de su cabello... todo en él me llamaba con una fuerza casi desesperada.
Avancé hasta quedar frente a él. Él frunció el ceño, como si adivinara mis intenciones, pero no me detuvo. Acerqué mis manos a su camisa abierta y, sin prisa, posé las yemas de mis dedos sobre su pecho. Sentí el latido acelerado de su corazón, el calor de su piel, la vibración de su respiración contenida.
—Ka