Narrado por Karina
El camino de regreso fue lo más parecido a un interrogatorio sin preguntas.
Dante conducía en completo silencio, los faros del coche iluminando la carretera como si cada metro fuera una cuenta regresiva. Yo, sentada a su lado, todavía sentía la presión de su mano en mi cintura desde la gala, como si su toque no me hubiera soltado ni cuando subimos al auto.
La gala había terminado sin incidentes visibles… para los demás. Pero dentro de mí, las miradas, los roces, y sobre todo el peso de saber que Dante estaba mirando cada movimiento, me habían dejado exhausta.
Cuando llegamos a casa, él no encendió ninguna luz.
Cerró la puerta, dejó las llaves en la mesa, y se quitó la chaqueta de forma metódica, como si necesitara desarmarse capa por capa antes de decir algo. Yo, sin saber dónde ponerme, me quedé de pie junto al sofá, todavía con los tacones puestos.
—Siéntate —dijo. No era una sugerencia.
Me senté, cruzando las piernas, pero no por coquetería. Era instinto de autop