Narrado por Karina
Desperté antes de que el amanecer terminara de colorear la habitación. La luz tenue entraba a través de las cortinas mal cerradas, dibujando franjas doradas sobre la piel de Teo.
Por un instante, no recordé dónde estaba. El olor de su camisa, la calidez de su cuerpo junto al mío y el peso de su brazo sobre mi cintura me anclaban a una sensación que parecía un sueño demasiado real. Sentía su respiración profunda y lenta contra mi nuca, un ritmo que contrastaba con el temblor contenido en mis manos.
Me quedé inmóvil, observando la forma en que el amanecer se colaba por la ventana y jugaba con las sombras de su rostro. Dormido, Teo parecía otra persona. No estaba la dureza que tantas veces veía en su mirada; solo quedaba un gesto casi infantil, como si el descanso le arrancara capas de dolor y rabia.
Tragué saliva, intentando ignorar el cosquilleo en mi pecho. No podía dejar de pensar en lo que habíamos hecho, en el calor de sus manos, en la forma en que me había soste