Narrado por Karina
No sé cuánto tiempo pasó entre el momento en que Dante apoyó su frente contra la mía y el instante en que nos quedamos en silencio, envueltos en un abrazo que parecía querer decir más de lo que cualquiera de los dos se atrevía a poner en palabras.
El reloj de pared marcaba las once y media, pero en mi cabeza era como si la noche todavía estuviera empezando. El calor de su cuerpo, el sonido pausado de su respiración contra mi oído, la forma en que sus manos me acariciaban la espalda… todo eso me mantenía ahí, inmóvil, como si salir de sus brazos significara romper algo que costaría volver a armar.
Dante no me presionaba. Me sostenía, nada más. Y a veces, ese “nada más” era mucho más de lo que creía necesitar.
Cerré los ojos y, por un momento, logré olvidar que afuera había un mundo con sus propias heridas y promesas rotas. No pensé en teléfonos que vibran, ni en mensajes sin contestar, ni en miradas que todavía me perseguían cuando estaba sola. Solo estaba él.
—¿Te q