Narrado por Teo
Pasé el resto de la mañana caminando por el departamento como un animal encerrado. No podía sacarme de la cabeza la forma en que Karina se había ido, la tibieza de su mano sobre mi pecho antes de alejarse.
No me pidió que la retuviera. Yo tampoco le pedí que se quedara. Fue como si ambos hubiéramos aceptado que cualquier palabra hubiera terminado por romper algo que todavía estaba en pie.
Me apoyé en la barra de la cocina, con el café enfriándose en mis manos, mirando la lluvia que seguía cayendo. La noche anterior todavía estaba ahí, impregnada en mi piel, mezclada con el olor de su cabello y la presión de sus labios.
Pero también estaba esa vibración en el aire, ese silencio suyo que se llenaba con un nombre que no me atrevía a pronunciar.
Dante.
No necesitaba confirmarlo para saberlo.
Ella no era buena mintiendo. O quizá, simplemente, no sabía mentirme.
El teléfono estaba sobre la encimera. Lo miré varias veces, como si fuera a decidir por mí. Podría escribirle. Pod