Narrado por Karina
Salimos del restaurante envueltos en un aire fresco que olía a tierra mojada y a historias por contar. La noche había dejado un manto oscuro sobre Dublín, pero las luces amarillentas de las farolas iluminaban los adoquines con una suavidad casi mágica, como si la ciudad quisiera abrazarnos.
Dante me tomó de la mano con la calma de quien sabe que ningún apuro es urgente. No hacía falta. En su silencio encontraba palabras que nunca hubiera imaginado escuchar.
Las gotas empezaron a caer, pequeñas y juguetonas. No nos importó. Nos reímos y nos refugiamos bajo un toldo de una librería cerrada, apretados, casi pegados, sintiendo el calor que se escapaba de sus manos hacia las mías.
—Sabes —me dijo en voz baja—, a veces pienso que este lugar no es solo una ciudad. Es un personaje más en nuestra historia. Con secretos, heridas y sueños.
Le apreté la mano, como agradeciendo que no solo viera mis cicatrices, sino que también reconociera mi fuerza.
Seguimos caminando, las call