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Capítulo 10: Lo que cae, florece

Narrado por Karina

El aire olía a tierra húmeda, hojas viejas y ese silencio extraño que a veces respira entre los árboles altos. Caminábamos por un sendero inclinado, apenas marcado, cubierto de ramas secas y raíces que sobresalían como trampas.

Dante iba adelante, con seguridad forzada. Sofía lo seguía a corta distancia, riendo por algo que él había dicho. Detrás, Teo y yo avanzábamos más despacio.

Él no decía nada. Yo tampoco podía, claro. Pero aún así, su silencio me pesaba.

A veces lo miraba de reojo, esperando... no sé qué. Un gesto. Una palabra. Algo más humano que su forma de fingir que no pasaba nada. Y sin embargo, todo en él estaba tenso. Como si lo que callábamos lo rozara por dentro y lo obligara a mantenerse firme.

De pronto, frenó un poco para nivelar el paso conmigo.

—¿Estás bien? —preguntó, sin mirarme.

Asentí. Dibujé una leve sonrisa y levanté el pulgar.

Solo un poco cansada.

Él asintió, lento, como si lo que no dije pesara más que cualquier palabra.

Narrado por Sofía

Desde donde iba, podía oír sus pasos. Los de Teo y Karina. Tan diferentes. Él, denso, silencioso, contenido. Ella, ligera, insegura.

No hacía falta ser muy perceptiva para notarlo: Teo estaba fuera de sí desde que ella apareció. Y no era solo deseo lo que lo sacudía. Era algo más incómodo. Más profundo.

Era como si ella representara algo que él había estado evitando desde hace años.

Lo miraba cuando creía que nadie lo hacía. Lo observaba como quien estudia una herida. Y luego desviaba la mirada, rápido, como si tuviera miedo de ser descubierta.

—¿En qué piensas tanto? —le pregunté a Dante.

—En cómo salir de este sendero antes de que se largue a llover —dijo, señalando el cielo plomizo.

Sonreí. Pero entonces una voz detrás interrumpió el momento:

—¡Cuidado!

Narrado por Teo

La vi caer.

No gritó. Ni un quejido. Solo cayó. Como si el mundo debajo de sus pies se hubiera desmoronado de repente.

—¡Karina! —grité, y eché a correr tras ella.

Ni lo pensé.

Rodó por la colina entre barro, ramas y piedras. Su cuerpo desapareció entre un matorral espeso, como si la tierra misma se la hubiera tragado.

Mi corazón estallaba contra mis costillas.

Cuando llegué a ella, estaba inmóvil. Tenía la frente ensangrentada y una pierna en un ángulo que no debía estar.

Me arrodillé a su lado, temblando.

—Estoy aquí —dije en un susurro, como si eso pudiera contener todo lo que sentía.

Sus ojos se entreabrieron. Me miró con dificultad. Su mano, apenas, rozó la mía.

No necesitó hablar. Yo lo entendí todo.

La tomé en brazos. Con un cuidado que me partió por dentro. Con una certeza que me espantó.

Narrado por Karina

Intenté moverme, pero todo me dolía. Todo.

Los sonidos eran ecos. Las luces, manchas. El frío en mi espalda me decía que ya no estaba en el bosque.

Parpadeé.

Vi su silueta junto a la cama. Teo. Sentado, con la cabeza entre las manos. Tenía el rostro manchado de tierra, el cuello de la camisa roto. Sus ojos no descansaban.

Moví la mano débilmente. Él reaccionó de inmediato.

Me miró, y el alivio que cruzó su rostro fue tan intenso que me dieron ganas de llorar.

“¿Dónde estamos?”, pregunté con señas temblorosas.

Él respondió con voz baja:

—En el hospital más cercano. Estás bien. Unas contusiones. Posible fisura en la pierna. Te están controlando.

Hice otro gesto: ¿Dante y Sofía?

—Vendrán. Los llamé cuando llegamos. Pero yo… —Se detuvo. Se pasó la mano por el rostro—. Yo no podía esperar.

Lo miré. Deslicé mi dedo sobre la sábana, trazando letras invisibles. Gracias.

Se inclinó hacia mí, sin tocarme.

—No podía no hacerlo.

¿Te asustaste? le pregunté, solo con los ojos.

Su boca se curvó apenas. Pero no era una sonrisa.

—Sentí que... que si no te encontraba, me deshacía.

Sus palabras fueron apenas un murmullo. Un pensamiento en voz alta. Pero me atravesaron como un grito.

Narrado por Teo

Ella no necesitaba hablar. Con esos ojos podía decirme todo.

Me miraba como si pudiera ver más allá de lo que yo permitía. Como si supiera que debajo de la piel dura había algo frágil que no sabía defenderse.

—Deberías descansar —le dije, sin apartar la vista.

Ella negó con la cabeza. Movió los dedos con lentitud: No si estás aquí.

Tragué saliva. No sabía qué hacer con eso.

Me incliné un poco más.

—¿Por qué me miras así? —le pregunté.

Ella parpadeó. Señaló su rostro. Luego el mío. Luego el pasillo.

Como si no supieras si quedarte o salir corriendo.

Me quedé quieto.

Tenía razón. No sabía. Estaba atrapado entre el impulso de huir y el deseo brutal de quedarme. De no moverme nunca más de su lado.

Narrado por Karina

No dije nada. No podía. Pero mis manos hablaron por mí.

Tomé su muñeca, suave. Lo miré.

En sus ojos vi algo nuevo. Algo que antes había sido control, ahora era miedo. No miedo a mí. A lo que yo le hacía sentir.

Escribí en la libreta que me habían dejado en la mesa de noche:

¿Por qué yo?

Teo leyó. Y se quedó en silencio.

Después, me miró como si ya no pudiera esconderse.

—No lo sé —respondió—. Pero cuando estás cerca… no quiero irme.

Ese “no sé” me dolió y me sanó al mismo tiempo.

Narrado por Teo

Estaba agotado. Pero no podía irme.

Ella, tan callada, me hablaba de un modo que nadie había hecho antes. No con palabras. Con presencia. Con una forma distinta de estar que me envolvía.

No era una carga. Era una verdad.

—No soy bueno en esto —dije, apenas.

Ella frunció el ceño. Escribió en su cuaderno:

¿En qué?

—En cuidar. En quedarme.

Esperé rechazo. O decepción. Pero ella solo escribió algo más:

Tal vez nunca te enseñaron que también mereces que te cuiden.

Me quedé sin aire.

Narrado por Karina

No dije nada más. Solo lo miré. Y lo dejé quedarse.

Aferré su mano, mientras el dolor se dormía en el cuerpo. Mientras la noche caía fuera del hospital y el mundo se hacía más pequeño, más íntimo.

No me sentía fuerte. Pero por primera vez, no me sentía sola en mi fragilidad.

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