Narrado por Karina
La madrugada en el hospital tenía un ritmo diferente. Todo era más lento, más frágil. El mundo parecía contener la respiración.
Yo no dormía. El dolor en el costado no me dejaba. Pero no era solo eso. Había algo que me mantenía despierta. Algo que se movía muy cerca, era Teo.
Estaba en la silla plegable que habían traído para él. Se había negado a irse cuando anocheció. Se negó otra vez cuando le ofrecieron volver por la mañana.
“Me quedo”, dijo simplemente. Y se quedó.
Ahora lo observaba. Había estirado las piernas y se había acostado en esa especie de cama improvisada al lado de la mía. Tenía la chaqueta doblada bajo la cabeza y la camisa arrugada. Dormía... o eso parecía.
Pero su cuerpo no estaba tranquilo.
Se movía. Se giraba. Murmuraba cosas en voz baja que no llegaban a entenderse del todo. Su frente estaba cubierta de sudor frío. Los puños, apretados. Como si estuviera defendiéndose de algo que no podía verse.
Me incorporé un poco, lo suficiente como para ver