La luz de la mañana entraba con suavidad por los ventanales del gran comedor de la mansión Montero. Las cortinas, de un tono marfil elegante, se movían con la brisa ligera, mientras los aromas de pan recién horneado y café recién molido llenaban el aire. Isabella, Sebastián, Sienna, Armando y Elías se encontraban sentados alrededor de la mesa, admirando la decoración que reflejaba siglos de tradición y prestigio de la familia Montero.
Adam Montero, el hermano mayor de Sienna y tío de Isabella, los atendía con una elegancia natural, una mezcla de porte aristocrático y cordialidad cálida. Su voz, firme y medida, resonaba con autoridad mientras indicaba los platos y servía los jugos y el café.
—Bienvenidos de nuevo —dijo Adam—. Espero que hayan descansado bien. Esta mansión siempre ha sido de la familia, pero ahora también es su hogar temporal.
—Es impresionante —dijo Isabella, observando los detalles de la vajilla antigua y los retratos familiares en las paredes—. No solo por la h