El amanecer en la isla Fernández era suave y dorado, bañando los jardines y la mansión con un resplandor cálido que parecía anunciar un nuevo capítulo de felicidad para Isabella y Sebastián. La fiesta de la boda había terminado, pero la alegría continuaba en el aire. Los invitados dormían aún en sus habitaciones, algunos descansando tras los días de celebración, mientras otros se preparaban para disfrutar de un desayuno tranquilo en el jardín principal, rodeados de flores, fuentes y el aroma del café recién hecho.
Isabella se levantó temprano, con el cabello todavía ligeramente húmedo de la ducha nocturna. Su vestido de boda había sido guardado cuidadosamente, y ahora vestía ropa ligera, cómoda pero elegante: un vestido blanco de lino con bordes de encaje, ideal para los días soleados de la isla. Karina y Vanessa la acompañaban, ayudándola a organizar sus pertenencias para la luna de miel que Sebastián había preparado con cada detalle pensado para que fuera inolvidable.
—No puedo cr