La ciudad extranjera despertaba lentamente bajo un cielo azul claro, salpicado de nubes blancas que se deslizaban entre los edificios históricos. Las calles adoquinadas tenían un encanto que combinaba tradición y modernidad; cafés al aire libre, escaparates con vitrinas de antigüedades y tiendas de lujo que conservaban la elegancia de siglos pasados. Isabella, Sebastián y Sienna caminaban por una de las avenidas principales, acompañados por Adam y Sofía, mientras Elías corría a lo lejos, explorando cada rincón con ojos curiosos y una sonrisa contagiosa.
—No puedo creer que estemos aquí —dijo Isabella, respirando el aire fresco—. Cada detalle parece sacado de un cuadro antiguo.
—Es diferente —respondió Sebastián, tomando su mano y apretándola con suavidad—. Pero eso es lo hermoso: historia viva y gente que mantiene sus raíces mientras avanza.
Sienna, con su porte elegante, pero relajado, se detuvo un momento para observar un mural que relataba la historia de la ciudad.
—Hace años n