La tarde en la mansión Fernández tenía un aire de calma y normalidad, algo que Isabella y Sebastián habían aprendido a valorar tras meses de misiones y caos. La luz del sol se filtraba a través de los ventanales, iluminando los espacios amplios y ordenados, mientras Elías jugaba con algunos de los niños de la familia en el salón principal.
Fue en ese momento cuando el timbre sonó. Isabella, intrigada, se acercó a abrir la puerta. Para su sorpresa, quien estaba parada frente a ella era Tatiana, con expresión seria y un brillo en los ojos que anunciaba noticias importantes.
—Tatiana… —susurró Isabella, sorprendida—. ¿Qué haces aquí?
—Necesito hablar con Sienna —respondió Tatiana con firmeza, su voz cargada de tensión y emoción a la vez.
Sienna, que estaba en la cocina organizando algunos documentos, al escuchar su nombre, levantó la vista y caminó hacia la entrada. Al ver a Tatiana, un presentimiento se apoderó de ella.
—Tatiana… ¿Qué sucede? —preguntó Sienna, con cautela.
—No pue