La mansión Fernández despertaba con la primera luz del sol filtrándose entre los ventanales, iluminando los pasillos amplios y los muebles que, tras tantas pruebas, parecían más hogar que nunca. Isabella preparaba el desayuno mientras Sebastián revisaba algunos documentos, un ritual cotidiano que les permitía mantenerse conectados en medio de los compromisos familiares y empresariales.
Sienna se encontraba en la sala, aún procesando la revelación de Tatiana. Sus manos temblaban levemente al sostener su taza de té. Cada sorbo parecía calmar un poco la avalancha de emociones: rabia por los engaños, tristeza por los años perdidos, y una curiosidad abrumadora por la familia que nunca conoció.
—Isabella… Sebastián —dijo finalmente, con decisión en la voz—. Creo que es hora de contactarlos. Es hora de conocer a los Montero.
Sebastián se acercó y tomó su mano.
—Mamá, sea lo que sea, los acompañaremos. No tienes que enfrentar esto sola.
Isabella sonrió y se abrazó a su madre.
—Mamá, va