La promesa.
Dos días después, Luis movía su débil cuerpo. La enfermedad lo agitaba y lo cansaba con frecuencia. En uno de sus sueños más profundos, apareció en medio de una noche cubierta de bruma; parecía una cortina de humo. De pronto, se encendió una luz, luego otra, y así sucesivamente, hasta que pudo ver que se encontraba en el centro de una pista de patinaje.
—¿Qué hago aquí? ¿Papá? ¿Mamá? —el niño llamaba a Sofía y a Gustavo, pero en lugar de ellos, vio a su tío Ángel y a la bella Melany, quienes realizaban excepcionales piruetas en el aire.
Era como estar en medio de un hermoso cuento de hadas. La música era una melodía suave, y el atuendo de los jóvenes brillaba como si estuviera cubierto de diminutos diamantes.
—¿Tío Ángel? —El pequeño intentó acercarse, pero no logró avanzar. Tuvo que sostener su cuerpecito para no caer al suelo: llevaba puestos unos patines de hielo.
—Voy a caer… no puedo moverme —su carita se cubrió en lágrimas; le daba miedo dar un paso.
En ese momento, logró ver un