El regreso a la villa.
—Es magnífico… —espetó uno de los tipos mientras estiraba la mano y levantaba el rostro de una de las chicas.
Las pobres muchachas se escondían una tras otra. Sus rostros sucios reflejaban la desesperación, clamaban por ayuda. Evidentemente, sabían que serían negociadas. El miedo se dibujaba en sus miradas; temblaban ante la incertidumbre.
—Me gusta ella… ya tengo al cliente que pagará mucho por tenerla. —El tipo era un proxeneta. Sabía que ella elevaría aún más su negocio.
A un lado, Fabri sonrió y saboreó el olor del dinero. Era lo único que le importaba. No le interesaba el hecho de que, por cada una de esas jóvenes, había familias sufriendo.
—Todas son muy buenas y lindas, un excelente botín. Hagamos el negocio y salgamos de aquí. Se las pueden llevar cuando cerremos el trato.
Fabricio tenía prisa… ¿O sería que el miedo a caer por sus crímenes lo estaba alcanzando?
—Bien, bien, subamos para acabar con esto —respondió otro de los hampones.
La trata de blancas, el negocio que había