El divorcio.
De vuelta en el hospital, Melany reclinó la cabeza sobre el pecho de Ángel, aferrándose con fuerza a su amado.
—¡Ángel, tengo miedo de ese hombre! —exclamó con voz temblorosa—. Fabricio no me dio buena espina... él quería hacer algo, lo conozco muy bien.
Quizás sí logró presentir las verdaderas intenciones de su esposo.
Al sentirla temblar, Ángel inclinó la cabeza y le besó con suavidad la mejilla.
—¡Miller no puede hacerte daño! Estás conmigo. A mi lado no tienes por qué sentir temor —le aseguró.
Pero Ángel no es Dios, y aunque su nombre infunda respeto, no lo hace omnipotente. Si desea mantener a salvo a la joven, deberá estar muy alerta, pues Fabricio ha ganado más poder: lo ha logrado entregando a las mujeres que escondía en una bodega vieja.
Ambos se encontraban frente a la cama del pequeño Luis, vigilando cada movimiento. El tiempo parecía no avanzar, lo único que sí pasaba eran los pensamientos de Ángel: no dejaba de pensar en su hermano Gustavo.
Se preguntaba por qué su