Una semana había pasado desde el nacimiento de Salomé, y en ese corto tiempo, la vida de todos había dado un giro irreversible.
Pese a los reclamos de su madre, Becca tomó la decisión de mudarse con Harika al lado de Asher. Era su nueva vida, y aunque no estaba exenta de sombras, por primera vez sentía que podía construir algo parecido a un hogar.
Desde el instante en que Harika sostuvo a Salomé en sus brazos, la niña prometió, con la seriedad de un juramento, que la cuidaría como si fuera su propia hermana.
—Listo, amor, pásame el vestido de tu hermanita —dijo Becca con ternura.
Harika, emocionada, tomó entre sus manos el pequeño vestido amarillo, acompañado de delicadas medias blancas. Sus ojos brillaban como si sostuviera un tesoro.
—Mi hermanita es muy hermosa —exclamó con una sonrisa amplia.
—Claro que sí —respondió Becca, besándole la frente—. Dime, ¿eres feliz?
—Sí, mucho. Por fin tengo la familia que siempre soñé.
La sonrisa de Becca se quebró en el aire. Una punzada de emoció