Asher apenas podía sostenerse en pie; sus manos temblaban al cargar ese frágil pedacito de vida que parecía mirarlo con la inocencia de un amanecer. Una sonrisa rota se formó en sus labios mientras avanzaba hasta Aurora.
—Mira… —susurró con ternura, inclinándose hacia ella—. Nuestra hija…
Aurora giró el rostro. Su mirada solo transmitía rencor y la derrota, se clavaron en el vacío.
—No… —escupió con frialdad—. No la quiero. Ya le dije a la enfermera que la sacara de aquí. Déjenme en paz.
Asher, sin responder, giró sobre sus pasos y salió de la sala de partos con la niña pegada a su corazón.
En el pasillo, Becca lo esperaba ansiosamente. Sus ojos se iluminaron apenas lo vio.
—¿Puedo cargarla? —preguntó extendiendo sus manos con temor.
Asher la observó un instante, y en ese cruce de miradas no hubo duda: ella sería el refugio que la niña necesitaba. Con cuidado, coloco la bebé en sus brazos. Becca la recibió con tanto acurrucándola contra su calor.
—Hola pequeña —tomo su manita y la f