El silencio de la casa era absoluto. Las niñas dormían plácidamente, y en el pasillo apenas se oían los crujidos lejanos de la madera. Becca cerró la puerta del cuarto de Harika y, al girar, lo vio: Asher la esperaba apoyado en la pared, con la mirada cargada de deseo.
No dijo nada. Simplemente se acercó, la levantó en brazos y la llevó directo a la habitación. Ella rodeó su cuello con los brazos, riendo nerviosa, pero el calor en su vientre ya la traicionaba.
La dejó sobre la cama, y de inmediato sus manos comenzaron a recorrerla. No fue apresurado: bajo el cierre del vestido con delicadeza, deslizó cada tela con la paciencia de quien saborea un manjar prohibido. La ropa cayó al suelo como un rastro de fuego, hasta que Becca quedó desnuda bajo la intensidad de su mirada.
—Mía… —murmuró, mientras ataba sus muñecas al cabecero con una cinta de seda.
Becca jadeó, pero no opuso resistencia. La excitación de sentirse rendida a él le erizaba la piel.
Asher bajó lentamente, separó sus piern