Al llegar la noche Becca deambulaba por las calles, sus lágrimas se mezclaban con el frío, pero ella no lo sentía; el verdadero hielo estaba incrustado en su pecho. El dolor la abrasaba, con una mezcla de rabia y desesperación.
Renunciar a Asher no estaba en sus planes… pero su instinto de madre la desgarraba por dentro: no podía permitir que un inocente sufriera lo mismo que sufrió su hija.
—Maldita… —gruño empuñando sus manos—. Maldita y mil veces maldita. Sé que es una trampa, pero… si existe siquiera la mínima posibilidad de que ese bebé sea de Asher… no podría vivir sabiendo que crece lejos de su padre.
Caminó sin rumbo hasta una pequeña cafetería. Apenas se sentó, su teléfono vibró. En la pantalla apareció un mensaje: “Duele, ¿verdad? Aprende… en este juego, el amor no es suficiente”.
Becca no necesitó leer dos veces para saber quién lo había enviado. Se levantó, y salió de inmediato. Tomó un taxi y, minutos después, llegó al apartamento de Asher. La puerta estaba entreabierta.