Ella lo miró fijo al rostro, quería comprender qué tanto sabía, pero quedaba claro que su marido había descubierto su experticia en defensa personal, tenía que haber descubierto algo más para definirla como una mujer que sabía disparar.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella—. ¿Quién ha tocado esa arma? Yo no debería…
—No, no, no, no. No te desvíes, ¡no apliques tu maldita estrategia psicológica conmigo! —Jaya respingó un poco con el grito—. Toma la pistola.
—No voy a agarrar nada.
—¡Entonces confiesa!
Brazos a cada lado de su cuerpo, piernas ligeramente separadas, Jaya se entendió expuesta.
Pensó en su madre, en su venganza, en lo que sufriría cuando Karim la matara, y en no haber logrado todos los objetivos.
—¿Cómo es que una cantante y mesera sin aparentemente nada, tiene una jodida cuenta bancaria con un millón de dólares?
Jaya frunció el ceño, su respiración se detuvo casi por completo. No podía ejecutar un plan de tal envergadura sin algún respaldo financiero.
«Pero lo hice c