Camila
El timbre sonó e Isabella saltó del sofá, emocionada, gritando “¡papi, papi!”.
Mi corazón dio un vuelco y volteé a ver a Julián. Él estaba sentado en la cocina saboreando su café y revisando las noticias en su teléfono. En cuanto el timbre sonó, alzó los ojos y los fijo en la puerta, todavía cerrada. La situación me ponía ansiosa, tenía miedo de abrir la puerta y que de pronto estallara la tercera guerra mundial.
Pero Isa no esperaba. Me jaló del pantalón.
—¡Mami, mami! —exigió mientras tironeaba de mí—. ¡Ábrele a papi!
Abrí la puerta elevando una plegaria.
Emilio estaba allí, impecable como siempre, incluso con vaqueros, camiseta y zapatillas deportivas. Me sonrió con una de aquellas sonrisas de nuestros primeros meses de novios, una con la capacidad de eclipsar el sol. Luego se agachó y saludó a Isa.
—¡Pero si aquí está mi pequeña princesa! ¿Lista para una gran aventura?
Isa asintió entusiasmada y cuando él la alzó en los brazos, se abrazó a su cuello.
Julián dejó la taza en