El elevador se abrió y ante mí estaba el vestíbulo con suelos de mármol de Libertaria. Margaret, la recepcionista, levantó los ojos enmarcados por sus lentes de pasta y me sonrió como saludo. Agarré con más fuerza mi maletín y me encaminé a mi oficina.
Nada más cruzar el umbral, un nudo se me hizo en el estómago cuando la nueva asistente me miró con una sonrisa interrogativa.
No era Camila y esa tampoco era ya mi oficina. Ahora le pertenecía a Octavio, el nuevo editor en jefe de Libertaria.
Disimulé como pude, le di los buenos días a la asistente y salí de allí intentando continuar erguido y no derrotado, como me sentía, hacia la sala de redacción.
Cruce con paso firme aquel espacio lleno de periodistas. Aunque sentía las miradas curiosidad de todos ellos, continúe sin mirar otra cosa que no fuera al frente, hasta entrar a la oficina que el día anterior le había pertenecido a Octavio.
Recordé la tarde anterior cuando entré a la Sala de Juntas y todos estaban esperándome como si f