Julián
De reojo veía a Camila mirar por la ventanilla. La luces parpadeantes de la ciudad acentuaban su tristeza. Cada ciertos minutos su cuerpo se agitaba y yo sabía que lloraba de nuevo. Debía decir algo que la consolara y, sin embargo, no encontraba palabras adecuadas que mitigaran su dolor.
Apreté la mandíbula, enojado. Como odiaba al malnacido que se había atrevido a lastimarla.
—Debería llevarte al hospital.
Mi voz fue baja, casi un susurro. No quería alterarla más de lo que ya estaba, pero fue inútil. Ella se estremeció y se abrazó a sí misma.
—Lo siento.
Camila no respondió, sino que agachó la cabeza.
—Debemos hacer una denuncia.
—Julián…
—Sé que es difícil, pero…
—No quiero. —Su voz rota. Su rostro surcado por un río de lágrimas—. Por favor…
—De acuerdo.
—Solo quiero ir a casa.
Maldita sea, ¿por qué la dejé sola? ¿Qué clase de hombre era si no podía proteger a la mujer que amaba?
No volvimos a hablar. Ni siquiera al entrar al departamento. Camila caminó directo a su habitac