Mi figura se reflejaba en el suelo de brillante mármol mientras me acercaba al concejal. Las manos me sudaban, pero esta era mi oportunidad. No dejé que ni siquiera el mal trago del asedio de los periodistas y sus preguntas indiscretas me afectaran.
Suavemente deposité la copa al lado de donde el concejal estaba y tomé un canapé. Él percibió mi presencia.
—No me diga que también se le antojó paladear está champaña seca con el comté? —preguntó con una sonrisa, girando hacia mí.
—En realidad, prefiero el brie, pero el comté también es una buena elección —dije y llevé el aperitivo con el queso a mi boca.
El concejal me miró intrigado, amplió la sonrisa y me tendió la mano.
—Concejal Ernesto Ocariz.
—Lo sé. Haré un reportaje sobre usted —dije y él alzó una ceja oscura mientras estrechaba mi mano—. En realidad, sobre el programa de becas que está impulsando.
El concejal entrecerró los ojos en un gesto divertido mientras me observaba.
—¿Cómo es que sabe de mí y yo no sé nada de usted?