Su voz, entrecortada por el llanto, sonaba casi desesperada.
—Ya perdí a mis otros tres hermanos, y tú me prometiste que ocuparías su lugar y me cuidarías. ¿Cómo puedes irte ahora? ¿Cómo vas a romper tu promesa?
La angustia nublaba sus pensamientos, y soltó un montón de frases inconexas mientras las lágrimas salpicaban sus mejillas:
—Pronto comenzará el proyecto de la empresa, ese que pertenece a los De Jesús… ¿En serio vas a dejármelo todo a mí sola? ¿Quieres que muera de cansancio? ¿No eras tú el que siempre decía que odiabas verme exhausta?
Mientras le hablaba, sacó sus agujas de plata e intentó salvarlo con la técnica que tantas veces había usado para revertir situaciones críticas. Daisy había logrado rescatar a muchos de la muerte, así que se aferraba a la esperanza de que, esta vez, Javier también sobreviviría. Pero, a pesar de sus esfuerzos, él dejó escapar su último aliento, sin que su cuerpo reaccionara a las maniobras de Daisy.
—¡Hermano…! —sollozó ella, con el corazón oprimi