Justo en ese momento, su teléfono vibró con la llamada de Ginesa. Revisó con la mirada que no hubiera nadie cerca y, entonces, contestó en voz baja:
—Tía…
La voz de Ginesa al otro lado sonaba realmente preocupada:
—Niña, ¿cómo es que pasó algo tan grave y otra vez no me lo dijiste? Si la señora Ortega no me hubiera llamado, ¿pensabas mantenerlo todo en secreto?
—He estado… muy ocupada —respondió Daisy, presionando con fuerza sus sienes adoloridas.
—Ay… —suspiró Ginesa—. ¿Cómo está Javier?
—Sigue inconsciente.
—¿Y cómo llegó a ese extremo? Es absurdo que Fernando, por mucho rencor que te tenga, se ensañe de ese modo con alguien en silla de ruedas.
—¿Tía, a qué te refieres?
—La señora Ortega me dijo que, en el momento del incidente, una sirvienta vio cómo el asistente de Fernando, de pronto, soltó las empuñaduras de la silla. Eso provocó que Javier cayera.
«Entonces… ¿de verdad fue él?» pensó Daisy, sintiendo un escalofrío.
***
En la casa de los Ortega
Tan pronto como Daisy entró, fue di