Tras la partida de Olivia, el salón de la casa familiar se sumió en un silencio espeso y cargado. Beatriz mantuvo la fachada de hija vulnerable y maltratada durante un par de horas más, alimentando el sesgo de su madre con susurros lastimeros y miradas llenas de una supuesta resignación. Cada lágrima calculada, cada temblor fingido, era un clavo más en el ataúd de la relación entre sus padres y Olivia. Finalmente, alegando un dolor de cabeza provocado por el "doloroso enfrentamiento", se retiró a su habitación.
Una vez a salvo entre las cuatro paredes que habían sido su reino durante años, la máscara se desvaneció por completo. Su rostro, qué momentos antes había estado convertido en una máscara de aflicción, se transformó en una máscara de fría determinación. Se dirigió al baño y abrió los grifos de la bañera, dejando que el vapor llenara la habitación como la niebla antes de una batalla. Mientras el agua caliente llenaba la tina, se desvistió con movimientos precisos, observando su