El mundo se redujo a un túnel. El zumbido de las conversaciones, la música insípida, las sonrisas falsas: todo se desvaneció en un murmullo lejano. Lo único que existía era el peso del palo de golf en sus manos, áspero y sólido, y la fría certeza que latía en sus venas.
Aldous abrió la boca para pronunciar otra de sus mentiras edulcoradas, pero ya era demasiado tarde.
Olivia se movió con una velocidad felina. No corrió; avanzó con una determinación glacial que le heló la sangre incluso a Lion, quien la observaba con los sentidos en alerta máxima, listo para intervenir, pero comprendiendo instintivamente que esto era algo que ella necesitaba hacer.
Ella alzó el palo por encima de sus hombros, como un arco de potencial destrucción.
—¡Olivia, no! —Chilló Beatriz, su grito fue agudo de pánico rasgando el aire. —¡Papá! ¡Detenla!
Pero Aldous y Jessica estaban paralizados, atrapados entre el horror y la incredulidad.
El primer golpe fue para el pastel. Una obra maestra de azúcar y fondant de