El silencio de Alistair fue, paradójicamente, ensordecedor. Durante semanas, cada alerta del sistema, cada visita inesperada, cada correo electrónico anónimo, los hacía saltar. Pero nada ocurrió. Era como si el Ecualizador los hubiera soltado en aguas profundas para ver si nadaban. Y ellos, ahora conscientes de la profundidad, empezaron a trazar su propia corriente.
El primer fruto tangible de la Cripta fue el «Proyecto Eco». Olivia, con los planos acústicos del Teatro de la Memoria como base inversa, diseñó lo que llamó «La Sala del Silencio Resonante». No era para inducir reminiscencia, sino para contenerla. Un espacio donde los traumas más profundos, los sonidos internos que atormentaban a algunos residentes (víctimas de violencia, veteranos de guerra), pudieran ser «emitidos» en un campo acústico controlado que los disipaba, los transformaba en patrones de frecuencia no amenazantes. Era arriesgado. Rozaba la ciencia ficción. Pero los principios matemáticos en los archivos eran cla