El conocimiento de la Cripta de los Constructores se convirtió en un hueso en la garganta de la Fundación Aurora: un nutriente potencialmente vital, pero difícil de tragar. Decidieron un protocolo de acceso estricto: solo Samuel, Clara, y a regañadientes, Gabriel, tendrían acceso completo a los archivos digitalizados. Lion y Olivia recibirían informes filtrados sobre principios que pudieran aplicarse directamente, sin conocer el contexto oculto.
Samuel diseñó un servidor aislado, apodado «El Sótano», sin conexión a ninguna red externa. Allí vivían los miles de archivos escaneados. Clara pasaba horas allí, su mente de diecinueve años absorbiendo conceptos de acústica armónica, psicogeometría y resonancia de materiales que hacían que sus estudios universitarios parecieran rudimentarios.
Fue durante una de esas sesiones, dos meses después de Rouen, cuando encontró la primera anomalía. Mientras traducía un tratado alemán del siglo XVIII sobre «La influencia de las proporciones pitagóricas